viernes, 25 de junio de 2010

Argentina: la radicalización antisemita del nacionalismo de izquierda


Piqueteros FAR: banda fundada por antiguos terroristas de FAR-Montoneros y ERP

Rescatamos un texto esencial para conocer la naturaleza de un insólito fenómeno político que se viene dando en Argentina desde el primer gobierno del régimen Kirchner: la aparición de una izquierda ultrarreaccionaria articulada por bandas armadas de lúmpenes desempleados pero subvencionados por el Poder Ejecutivo (o sea: mercenarios) que, tanto por sus objetivos totalitarios (nacionalcomunistas) como por su antisemitismo y defensa del islamoterrorismo que canalizan en su odio al Estado de Israel, son fuerzas de choque inspiradas en los Frei Korps y S.A. de la Alemania nazi. Puro fascismo rojo. ¿Acabarán siendo "empotradas" en las fuerzas policiales del Estado como las Hilfspolizei, o como los "vigilantes de la Revolución" en Cuba?

Patricio A. Brodsky

18.06.2009
Cuando Marx llamó a los desocupados “ejército industrial de reserva” lo hizo en un contexto en el que la desocupación era una situación transitoria de los trabajadores. Hoy, al igual que lo ocurrido en Alemania durante la crisis de Weimar, esta situación ha pasado de transitoria a permanente generando una situación novedosa” que daremos en llamar “desocupación estructural”.

Esta situación generó en Argentina una situación inédita: “la extensión de la desocupación estructural” llevó, en los años '90, al desplazamiento definitivo hacia fuera del mercado laboral a grandes sectores poblacionales. Estos, antaño pertenecientes al proletariado, han sufrido un proceso de lumpenización (desclasamiento), se han visto expulsados de un sistema de relaciones sociales establecido en los '40 y vista la imposibilidad de retornar a las mismas han construido nuevas redes sociales apareciendo así, durante finales de los '80 y fundamentalmente durante los '90 una serie de nuevos actores sociales (un gran número de organizaciones nucleando a los desocupados sin empleo).

Estos actores sociales asumieron las viejas formas del clientelismo político del Peronismo clásico (a pesar de haberse desarrollado en un contexto de crisis de las viejas estructuras políticas). Por lo tanto, en relación al Estado, adoptaron una actitud permanente de demanda hacia el mismo por su intervención asistencialista-clientelista. Estas estructuras se han visto reproducidas en todos los nuevos actores sociales, inclusive, como denuncia un informe televisivo del canal informativo C5N, han llegado a “contaminar” a las organizaciones piqueteras de extrema izquierda. En dicho informe muestran cómo un grupo piquetero minúsculo reproduce la práctica clientelista de “contratación de manifestantes” a cambio de planes de ayuda social del Gobierno (el clientelismo político reinante en Argentina hace que los fondos de ayuda social no los maneje el Estado directamente sino a través de “organizaciones sociales y territoriales”, instituciones manejadas con discreción por organizaciones políticas). De esta forma es como los planes de ayuda social son manejados en forma clientelista por parte de las dirigencias partidarias.

La izquierda, en especial su ala más radicalizada, al mismo tiempo viene sufriendo un proceso de creciente degradación política, ideológica y moral del cual su expresión más visible es el preocupante antisemitismo que crece entre sus integrantes. Desde las inexcusables declaraciones antisemitas de algunos de sus dirigentes hasta su accionar como “camisas pardas” contra los judíos hace algunas semanas, se aprecia un derrotero que los aleja cada vez más de sus objetivos declamados y los hermana con los peores antisemitas de la historia.

En Argentina ya hemos vivido un proceso similar en los '50 y los '60 pero que involucró a grupos de la derecha cristiana que se fueron radicalizando y pasando de ataques verbales a los físicos, yendo desde la Acción Católica hacia el grupo Tacuara. Entonces el proceso lo hizo el nacionalismo de derecha, ahora lo está haciendo el nacionalismo de izquierda. Pero el proceso, en su esencia es el mismo, la creciente radicalización antisemita de su ideología. Esto no debe sorprendernos, ya que no hay que olvidar que el fascismo y el nazismo tienen muchos puntos en común con el izquierdismo radical; Benito Mussolini, antes de fundar el movimiento fascista, fue director del periódico socialista ¡Avanti!, mientras que el nombre completo del partido nazi era Partido Obrero Nacional Socialista de los Trabajadores Alemanes. Ambos se consideraban partidos de trabajadores, y en cierta medida lo eran.

La crisis político-ideológica del izquierdismo es tan profunda como evidente. Un ejemplo de ello es la doble cobardía del “grupo de tareas” (comando civil) del FAR (Frente de Acción Revolucionaria) que el 17 de mayo, durante un acto organizado por el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires celebrando el 61º aniversario de la proclamación del Estado de Israel arremetió sin miramientos contra el público del mismo, ignorando la presencia de niños, mujeres y ancianos. Cobardía que luego se ve reafirmada cuando, en vez de asumir orgullosos la responsabilidad de sus valientes actos, intentan montar un espectáculo virtual digno de la propaganda palestina intentándose presentar ellos, incuestionables agresores, como las inocentes víctimas de la “furia criminal sionista”.

Resulta que ellos, que fueron a provocar con volantes, pancartas y armados para la guerra a un espectáculo artístico, dicen que ellos fueron los agredidos y que “sólo se defendieron”. Suponiendo que esta evidente mentira fuera cierta, de todas maneras su presencia allí con materiales antisemitas es, de por sí, una provocación abierta e inadmisible. Preguntémonos cuál sería su reacción en el caso hipotético de un grupo que fuese a un acto piquetero con volantes y carteles que dijeran: “Lúmpenes: dejen de parasitar al Estado con sus prebendas y su política clientelar. Vagos: vayan a laburar y dejen de vivir de nuestro sudor transformado en impuestos”.

La propaganda de estos neonazis izquierdistas involucra la mentira. A ellos, que atacaron tan salvajemente a las familias reunidas para festejar un acto cultural de homenaje a Israel, se les debería levantar cargos por falso testimonio y apología de la violencia. Si la Justicia argentina es seria, las versiones de estos delincuentes deberían ser tomadas como falsos testimonios comprometiendo aún más su situación. Un párrafo aparte lo merecen algunos medios que definen a los agresores como "manifestantes". Con criterio similar los barras bravas del fútbol (hooligans) debían ser llamados “simpatizantes”. Llamar a la patota agresora “un grupo de manifestantes” tiene el mismo fundamento ideológico-discursivo que llamar "guerrillero", "miliciano" u otro eufemismo similar a los terroristas que cometen crímenes contra civiles en Israel.

Por otro lado, son estos grupos antisemitas quienes se encargan, mediante su propia práctica, de demostrar la negación de su propio discurso escindiendo judaísmo de sionismo; ya que mientras sostienen este discurso en el ámbito de la retórica, en la práctica realizan protestas hacia la Asociación Mutual Israelita Argentina (AMIA para quien no lo sepa), atacan a argentinos de origen judío llamándolos “ratas sionistas” (al igual que los nazis llamaban a los judíos “ratas judías”), dirigentes piqueteros que dicen: “Vemos cómo nuestro pueblo se caga de hambre y la riqueza circula por las autopistas llevando todos nuestros capitales y toda nuestra producción primaria afuera, enriqueciendo a judíos y extranjeros. Debemos correrlos a patadas de nuestras tierras”, o se plantan en actitud amenazante como “guardia de honor” para evitar una protesta judía ante la Embajada de un Estado sospechado de haber participado de los dos atentados antisemitas más grandes de nuestra historia y que, además, hace de la negación del Holocausto y de las amenazas a Israel su política, protagonizando pogromos como el de días atrás.

Esto ya lo vimos; si no se los frena con todo el peso de la ley, si no son claramente repudiados por el sistema político y marginados por completo de nuestra sociedad, pronto la cosa puede pasar a mayores. Ya al día siguiente hubo que desalojar dos sinagogas en el barrio de Belgrano por amenazas de bombas. Mientras por un lado afirman que no existe relación entre sionismo y judaísmo, por otro critican a Israel como Estado confesional (judío) y dirigen ataques a sujetos e instituciones judías. Podrán afirmar lo que deseen en su retórica; el hecho concreto es que cada vez es más evidente que lo que los impulsa a actuar es un inocultable odio antisemita. Finalmente, el izquierdismo terminó por consagrar un “anti imperialismo de los imbéciles” parafraseando a August Bebel, quien ya en la década de 1870 definió al antisemitismo como el “socialismo de los imbéciles”.

de la web: Aurora
http://www.aurora-israel.co.il/articulos/israel/MundoJudio/22217/






miércoles, 16 de junio de 2010

Teoría del antisemitismo

Carlos Alberto Montaner
Libertad Digital / Ideas
15.06.2010


En Madrid, los organizadores del desfile anual del Orgullo Gay, una fiesta muy vistosa y alegre, este año excluyeron a la delegación israelí. Es más fuerte el antiisraelismo, disfraz progre del antisemitismo, que la natural empatía de los gais españoles con sus colegas hebreos, pese a que comparten las mismas preferencias sexuales y los mismos enemigos homófobos.

¿Qué sucede? Ocurre algo que ha perseguido fatalmente al pueblo judío desde hace dos mil años: ciertos grupos sociales poderosos toman a los hijos de David como instrumento para expresar rápidamente la identidad por la que quieren ser conocidos. Hoy, la izquierda, la mal llamada progresía (gentes que, paradójicamente, admiran el modelo de desarrollo de los pueblos que menos progresan), se sirve del antiisraelismo como seña de identidad que le ahorra el trabajo de elaborar un discurso político y social complejo. Basta enroscarse al cuello una bufanda palestina y gritar consignas contra Israel para que la prensa, los vecinos, las muchachas del barrio, los amigos y los enemigos sepan que uno es un progre que suscribe el ideario de la izquierda y anda preocupado por el destino glorioso de la humanidad. El antiisraelismo-antisemitismo es, pues, una señal, un póster, un tatuaje, una declaración sin apelativos, un sucedáneo homeopático de la ideología.

Me temo que siempre ha sido así. Todo comenzó (o se acentuó) en el siglo IV, cuando Roma, en tiempos del emperador Teodosio (nacido en Hispania, por cierto), convirtió el cristianismo en la religión oficial del Imperio y declaró "dementes y malvados" a los que no se sometieran a la autoridad moral del obispo de Antioquia. Y dado que el cristianismo había surgido como un pleito entre judíos librado en las sinagogas del Medio Oriente –hasta que los cristianos renunciaron a sus orígenes y crearon una religión separada y universal–, quienes acabaron derrotados y perseguidos fueron los judíos.

En esos siglos romanos, el IV y V, había dos maneras urgentes de demostrar la adhesión al César y la lealtad al Estado. Una, menos importante, era el antipaganismo. La otra era el antijudaísmo. La nueva fe se proclamaba denostando a los supuestos "asesinos de Dios".

Las tribus germánicas que destrozaron, imitaron y, en cierta medida, continuaron la tradición romana en Europa Occidental aprendieron la lección: ser antijudíos les servía como señal inequívoca de cristianismo, que a partir del siglo VI comenzaron a asumir como muestra de la romanización que habían experimentado. Dictaron entonces feroces normas antijudías para complacer al Papa, fuente de legitimidad política en aquellos tiempos, e inauguraron severas normas punitivas antijudías... que se mantuvieron durante un milenio: exclusión, guetos, castigos crueles...

En el 711, cuando los árabes invaden y dominan España, un reino entonces controlado por los visigodos, pueblo de origen germánico, ya se preparaba la expulsión de los judíos.

Las cosas no fueron distintas durante todo el Medievo. La malvada acción de los judíos servía para explicar las plagas, las pestes y las catástrofes entonces incomprensibles. Culpar a los judíos era mostrar solidaridad con las víctimas. Era lo progre, lo bueno. Como culpar a los usureros y a los banqueros judíos servía para demostrar la solidaridad con los pobres que apenas podían alimentarse cuando sobrevenían las sequías o cuando las guerras agotaban los cofres del monarca.

Es un error pensar que Francisco de Quevedo, el gran prosista español del siglo XVII, era un reaccionario por su áspero antisemitismo. Lo progre en aquella época, la manera de luchar contra la injusticia, era señalar a los judíos como responsables de numerosas calamidades y hechicerías.

Y así siguió la tradición. En el siglo XIX, cuando surgieron las naciones-Estado, combatir a los judíos, grupo excéntrico, sirvió para subrayar el nacionalismo. Por eso, cien años más tarde fascistas y nazis incorporaron la judeofobia a su ideología: esos Estados fuertes y hegemónicos moldeados en los discursos de Hitler y Mussolini tendían a la uniformidad. Ser antisemita era la manera más eficaz y económica de ser patriota y nacionalista. ¿Cómo no extirpar de la faz de la tierra a esos impertinentes elementos, culturalmente ajenos a la pureza racial y siempre dispuestos a la traición a la patria?

En nuestros días ya no es elegante utilizar el argumento biológico o racial (salvo en los medios islámicos radicales), pero queda el subterfugio de blandir el antiisraelismo. Un progre, que no mueve un músculo cuando Sudán asesina a cincuenta mil personas, se indigna ante el lamentable incidente de la flotilla, en el que murieron diez activistas mahometanos. ¿Por qué ese doble rasero? Porque protestar contra Sudán no define ni perfila la identidad. No es útil. Ese servicio, en cambio, lo prestan los judíos estupendamente desde hace dos milenios
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