jueves, 18 de febrero de 2010

Los Mitos del 24 de marzo




Agustín Laje Arrigoni

Los mitos son, por definición, narraciones fabulosas e imaginarias que intentan explicar algún suceso o aspecto de la realidad. Constituyen, por tanto, meras creencias no sujetas a pruebas de veracidad que, por lo general, no resultan de procesos que deriven de la razón, sino de emociones y pasiones.

En este orden de cosas, la militancia setentista, apoyada y financiada por el oficialismo y las estructuras estatales, en su intento por diagramar su estrafalaria historieta que ha hecho de los años 70, no ha escatimado esfuerzos en implementar y propagar una serie de mitos relativos a los sucesos ocurridos el 24 de marzo de 1976, cuyo aniversario número 34 se cumple en el día de la fecha.

¿Fue un golpe militar?

En razón de ser la venganza un objetivo primordial del setentismo, resulta clave que el papel desempeñado por la sociedad civil en los hechos del 24 de marzo haya sido arbitrariamente omitido por el historietismo oficial, a los efectos de instalar en la opinión pública aquella falsedad de que se produjo un golpe exclusivamente militar (apuntando todas las responsabilidades sobre el ambiente castrense y exculpando al resto de la sociedad). Pero, en verdad, los sectores civiles, representados por su clase dirigente, tuvieron decisiva participación en el derrocamiento de Isabel Perón.

Desde 1975, la partidocracia se alarmaba por el exasperante vacío de poder que reinaba en la Argentina: “Pero, ¿quién gobierna? ¿Ese conjunto colegiado de ministros que, además, no produce ninguna confianza al país? Eso sigue siendo anarquía. Y, lo peor, anarquía organizada”, afirmaba el líder del Partido Federal, Enrique “Paco” Manrique, (tercera fuerza electoral de entonces) desde la pantalla del histórico programa de TV Tiempo Nuevo, a fines de julio. Desde la otra punta del abanico ideológico, el izquierdista Oscar Allende ponía de relieve que “el desgobierno ha colmado la paciencia de los argentinos” (1).
El diputado Monsalve diría, por su parte, que “no puede transcurrir un minuto más en el más absoluto desorden” (2). Incluso, desde el mismo sector oficialista, se ofrecían lecturas similares, como la del diputado justicialista Carlos Palacios Deheza, quien afirmó que “así no llegamos a 1977, sino ni siquiera a 1976″, o la del mismísimo gobernador peronista de Buenos Aires, Victorio Calabró, quien, a fines de 1975, pronunciaba que “si las cosas siguen así, no llegamos al 77″ (3).

De esta manera, la clase política (incluido el oficialismo mismo) empezaba a avizorar una salida facilitada por las Fuerzas Armadas.
Ya a comienzos de 1976, la UCR definía su postura a través de una declaración oficial del comité nacional, que rezaba: “El país vive una grave emergencia nacional. Toda la Nación percibe y presiente que se aproxima la definición de un proceso que, por su hondura, vastedad e incomprensible dilatación, alcanza su límite”. Era, por tanto (según expresa el comunicado radical), “incomprensible” la continuidad del gobierno, tales las propias palabras del partido que se jacta de ser el más democrático de la Argentina, y, por tal razón, las reuniones secretas entre políticos con jefes militares comenzaban a tener lugar con extremada frecuencia.

A fines de 1975, en cálida reunión entre el Dr. Ricardo Balbín (líder de la UCR) y el Gral. Jorge Rafael Videla, el radical le expresó: “General, yo estoy más allá del bien y del mal. Me siento muy mal, estoy afligido. Esta situación no da más. ¿Van a hacer el golpe? ¿Sí o no? ¿Cuándo?”. A lo que su interlocutor respondió: “Doctor, si usted quiere que le dé una fecha, un plan de gobierno, siento decepcionarlo, porque no sé. No está definido. Ahora, si esto se derrumba, pondremos la mano para que la pera no se estrelle contra el piso”.
Balbín replicó, impaciente: "Háganlo cuanto antes. Terminen con esta agonía”(4).

La presión que los políticos ejercían sobre las FF. AA. abarcó a todos los sectores ideológicos. En rigor, hasta el propio Partido Comunista se pronunció en este sentido, cuando, el 12 de marzo, “reiteró su propuesta de formación de un gabinete cívico-militar” (6).
Amplios sectores del peronismo tomaban posiciones similares, como el líder de la CGT, Casildo Herreras, quien se entrevistó en secreto con Videla, “para decirle que, aunque en público no podían declararlo, también ellos consideraban que el gobierno era un desastre, que eran sus amigos y que deberían tenerlos en cuenta después del golpe, si finalmente lo llevaban a cabo” (7).

Por su parte, el viejo amigo de Perón, Jorge Antonio, el 22 de marzo, esgrimió sin tapujos, desde una conferencia de prensa en un hotel céntrico de Buenos Aires: “Si las Fuerzas Armadas vienen a poner orden, respeto y estabilidad, bienvenidas sean” (8).
Numerosos sectores obreros, el 20 de marzo, anticiparon su simpatía por la eventual solución militar, declarando, a través de cuarenta y una organizaciones sindicales, que no acatarían un paro general de actividades, en caso de interrupción del orden constitucional.

El pedido de una reacción por parte del sector militar era tan visible que, desde el Parlamento, se admitían las reuniones con uniformados: “Debo confesar que en el día de hoy he golpeado las puertas [?] de la Policía Federal, la de algunos hombres del Ejército. Y el silencio es toda la respuesta que he encontrado” (5), admitía el senador Eduardo Angeloz, a catorce días del 24 de marzo. Días después, nada menos que Victorio Calabró entregaría a oficiales de las Fuerzas Armadas los mapas de la Casa de Gobierno, a los fines de que las tropas del Regimiento de Infantería 7 no se cruzaran con la policía, el 24 de marzo (9).

El grueso de la sociedad, el 24 de marzo de 1976, permaneció en sus hogares. No hubo resistencia siquiera por parte de los militantes del partido derrocado, sino que el vicepresidente 1º de este, Felipe Bittel, le gritaba a Osvaldo Papaleo (secretario de Prensa de Isabel): “Chau, Papá, hasta mañana. Esto hay que festejarlo con champaña. Todo se ha disipado” (10).

Las organizaciones terroristas, ¿ya estaban aniquiladas?

Además de anular o ignorar ex profeso el papel de la civilidad como actor propiciador del golpe, otro mito consistió en minimizar el rol de las organizaciones terroristas subversivas en la tragedia de los años 70 alegando que “la guerrilla ya estaba diezmada, el 24 de marzo de 1976″, con la evidente intención de formar la idea de que la guerra interna era una mera excusa de sectores castrenses.
La realidad indica completamente lo contrario. Según confirmó la sentencia que juzgó a la junta de comandantes, en 1975, se produjeron 893 hechos terroristas (promediando un atentado cada ocho horas, durante el año precedente al golpe). 1976 no fue menos: el 22 de marzo, el matutino “La Tarde” (dirigido por el kirchnerista Héctor Timerman) informó: “Un récord que duele: cada 5 horas, asesinan a un argentino”. Y, a renglón seguido, expresaba: “Terrorismo: Sigue la escalada de crímenes”. El 19 de marzo, el diario de izquierda “La Opinión” arrojó una estadística similar: “Un muerto cada cinco horas, una bomba cada tres”.

Los propios documentos internos de Montoneros contabilizaban, en 1976, “1. 000 atentados con 500 víctimas fatales”, producidos sólo en ese año (11). El Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP), por su parte, en documento interno, indicaba que, para esta fecha (1976), todavía se contaba con 4. 950 guerrilleros organizados (12).

A fines de 1977, el comandante del Ejército Montonero, Horacio Mendizábal, afirmaba, públicamente, que, durante ese año, “se realizaron más de 600 operaciones militares” (13). Si para muestra basta un botón, fue en julio de 1976 cuando se produjo el atentado terrorista más dramático de toda la década del 70, cuando una bomba montonera hizo volar el comedor de la superintendencia de la Policía Federal, mutilando a 60 personas y asesinando a otras 22.

El 24 de marzo, ¿se dio inicio a la represión ilegal?

Otro insistente mito en torno de la fecha en cuestión consiste en utilizar el 24 de marzo como punto de partida de la utilización de métodos ilegales por parte de las Fuerzas Armadas para enfrentar la subversión terrorista. Pero, ¿cómo se la combatía antes de esta fecha? Los historietistas del setentismo no ponen mucho empeño en explicarlo.

En puridad, el combate conforme a metodologías irregulares data de fines de 1973; más precisamente, luego de la muerte del secretario general de la CGT, José Ignacio Rucci, cuando el propio Perón, a la sazón presidente de la Nación, confeccionaba un documento interno para su partido que expresaba: “En este estado de guerra que se nos impone, no pueden ser eludidos y nos obliga no solamente a asumir nuestra defensa, sino, también, atacar al enemigo en todos los frentes y con la mayor decisión (…) El Movimiento Nacional Justicialista entra en estado de movilización de todos sus elementos humanos y materiales, para afrontar esta guerra (…) Quien rehúya su colaboración para la lucha, queda separado del movimiento”. Así nacía la Triple A (Alianza Anticomunista Argentina), como el primer intento al margen de la ley que el gobierno constitucional empleaba para enfrentar el terrorismo marxista. Centenas de guerrilleros o sospechados de tales cayeron en manos del polémico aparato paraestatal de marras (cerca de 500 muertos fueron responsabilidad de la triple A).

Poco después, como respuesta al terrorismo que había diseminado focos rurales en Tucumán, el gobierno democrático emitió, en febrero de 1975, el decreto secreto Nº 261 del Poder Ejecutivo, que ordenaba al Ejército “ejecutar las operaciones militares que sean necesarias a efectos de neutralizar y/o aniquilar el accionar de los elementos subversivos que actúan en la provincia de Tucumán”. En octubre, se amplía el terreno de operaciones de las Fuerzas Armadas a toda la Nación, a través del decreto 2.772, ordenando “ejecutar las operaciones militares y de seguridad que sean necesarias a los efectos de aniquilar el accionar de los elementos subversivos en todo el país”.
Los desaparecidos anteriores al 24 de marzo contabilizados por la Conadep (Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas) ascienden a 900 casos. El informe de la secretaría de Derechos Humanos de la Nación computa, por su parte, un total de 642 desaparecidos en democracia peronista, y 525 abatidos, lo que suma 1. 167 casos que son responsabilidad de la clase política que tuvo el poder en aquellos años y que se constituía en la creadora de la metodología irregular que, lamentablemente, se continuó practicando luego del 24 de marzo.

Concluida la guerra, el terrorista Enrique Gorriarán Merlo dirá que “las técnicas represivas de ese gobierno surgido de elecciones fueron (aunque parezca difícil de creerlo) más feroces que las instrumentadas por el gobierno defacto de Onganía, Levingston y Lanusse” (14). Julio Santucho, hermano del jefe máximo del ERP, expresará, por su parte, que “en un solo año de gobierno popular, nuestro pueblo tuvo más muertos que en siete años de dictadura militar (…) la represión actuada por el gobierno peronista fue diez veces mayor que la de la Revolución Argentina proclamada por el general Onganía” (15).

A 34 años del 24 de marzo de 1976, numerosos sectores cobijados por el aparato estatal han reducido la historia por la memoria, cambiado la justicia por la venganza, suprimido la verdad por el engaño y convertido una gran tragedia del ayer en un exitoso negocio del presente.




(1) Yofre, Juan Bautista. Nadie fue. Buenos Aires, Edivern, 2006, p. 252.
(2) García Montaño, Diego. Responsabilidad compartida. La sociedad civil antes y durante el Proceso. Córdoba, El Copista, 2004, p. 104.
(3) Yofre, Juan Bautista. Ob. Cit., p. 243.
(4) Yofre, Juan Bautista. Ob. Cit., p. 333.
(5) Díaz Bessone, Ramón Genaro. Guerra revolucionaria en la Argentina (1959-1978) . Buenos Aires, Círculo Militar, 1996, p. 240.
(6) Márquez, Nicolás. La mentira oficial. El setentismo como política de Estado. Buenos Aires, edición del autor, 2008, p. 144.
(7) Márquez, Nicolás. Ob. Cit., p. 142.
(8) Yofre, Juan Bautista. Ob. Cit., p. 358.
(9) Yofre, Juan Bautista. Ob. Cit., p. 380.
(10) Yofre, Juan Bautista. Ob. Cit., p. 373.
(11) Documento citado en Díaz Araujo, Enrique. La guerrilla en sus libros. Tomo II. Mendoza, El Testigo ediciones, 2009, p. 91.
(12) Documento citado en Yofre, Juan Bautista. Fuimos todos. Cronología de un fracaso, 1976-1983. Buenos Aires, Sudamericana, 2008, p. 33.
(13) Informe completo en Larraquy, Marcelo. Fuimos soldados. Historia secreta de la contraofensiva montonera. Buenos Aires, 2º ed., Aguilar, 2006, p. 124.
(14) Gorriarán Merlo, Enrique. Memorias de Enrique Gorriarán Merlo. De los setenta a La Tablada. Buenos Aires, Planeta/Catálogos, 2003, pp. 368-369.
(15) Santucho, Julio. Los últimos guevaristas. La guerrilla marxista en la Argentina. Edición de 1988. Pp. 160-162.



Primera publicación de este artículo: La Nueva Provincia - Bahia Blanca.

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