miércoles, 17 de noviembre de 2010

El "atrasismo"

El atrasismo
Horacio Vázquez-Rial


Existe el reaccionarismo como forma extrema de conservaduris-mo frente a cualquier clase de cambio. Existe el conservadurismo, moderada y gradualmente reformista. Y existe el atrasismo, la pretensión de que la humanidad retroceda: por extraño que parezca, resulta ser de izquierda. En esto ha devenido el progresismo.

Partiendo de la idea de izquierda reaccionaria, que desarrollé en una obra de ese título publicada en 2003 y que muy pronto estará disponible en internet, cabría definir el atrasismo como utraizquierda reaccionaria o izquierda utrarreaccionaria. El progre, que es la encarnación de esa forma de ignorancia extrema –y que se ha visto perfectamente representado estos días por uno de los personajes salidos del Mavi Marmara, que apareció en la tele con su kefiá, su ropa de seudocamuflaje y su barba de unos días, jurando que él y su ONG iban a demandar al Estado de Israel por no sé cuántas cosas y mencionando de paso "el Estado español"–, ya no pretende una elaborada revolución que conduzca al hombre desde su degeneración histórica actual al paraíso primario y rousseauniano del buen salvaje inocente, sino que aspira únicamente a que la sociedad contemporánea retrograde.

El ultraizquierdista reaccionario es un fanático, en el sentido que Santayana daba al término: un hombre que, habiendo perdido de vista los fines, se dedica furiosamente a los medios (cito de memoria). Por eso se acerca a las sociedades atrasadas, a las que él ve como paradigma de los resultados del capitalismo, con el amor y el rigor de un redentor. No sólo porque su idealismo ético y su antropología celestial funcionalista le llevan a amar a los pobres sin la menor aspiración a convertirlos en miembros de la despreciable clase media, sino, al menos a menudo –no digo que sean todos los casos–, porque los pobres más o menos conservados son un excelente negocio. Hace poco cité, sin recordar la fuente (sí sé que la leí en un artículo de Carlos Rodríguez Braun), una definición excelente de la cooperación internacional (antiglobalizadora): "Se trata de quitar dinero a los pobres de los países ricos para dárselo a los ricos de los países pobres". Ahora me he encontrado con un internauta que la completa: "... creando, de paso, algunos ricos nuevos en los países pobres", sin referirse a un éxito parcial de su gestión, sino a los prósperos cooperantes que llegan con una mano bondadosamente delante y otra bondadosamente detrás a un país atrasado y, el día menos pensado, encuentran un filón; también es cierto que los que no se van como cooperantes a vivir a la selva pero dirigen las ONG que los envían medran sin que les tiemble el pulso.

Desde luego, un tipo que tiene tiempo de ponerse el disfraz y aprender un lenguaje que incluye expresiones como "Estado español" para irse de excursión a Gaza, donde Hamás se encarga como un buen curador de museo de mantener el atraso, no posee más fuente de ingresos conocida que la que le proporcione su ONG. Es lo que Lenin y Malraux llamaban un "revolucionario profesional". Glosa de Malraux en La condición humana, o de Carpentier en El siglo de las Luces (novelas enormes ambas y, en muchos sentidos, intercambiables), y que también cito de memoria: "Aquel que ha trabajado en hacer revoluciones ya no puede dedicarse a otra cosa".



Curiosamente, ninguna de las muchas revoluciones actualmente en marcha mira hacia el porvenir. Las utopías contemporáneas no se sitúan en el final de la historia, sino en algún punto del pasado bastante remoto: los tiempos del Profeta o los precolombinos, por poner sólo dos ejemplos –sin duda, el comienzo de esta querencia por el pasado se puede situar en la Revolución Cultural maoísta o en la Camboya de Pol Pot–. Estos mozos, los progres, no quieren falsas democracias de modelo occidental, sino sharia o leyes quechuas o aymaras: Evo Morales les da la razón y restaura la legalidad originaria –vaya uno a saber qué es eso, si el mismo presidente lleva un apellido español–. Ya en 1992, un delegado indígena boliviano de los muchos que vinieron a España subvencionados por organizaciones antisistema –que, para el caso, eran anticentenario– lo expresó con claridad: "Nuestro futuro es nuestro pasado". Y los simpatizantes de esas posiciones son, como escribe Carlos Alberto Montaner: "gentes que, paradójicamente, admiran el modelo de desarrollo de los pueblos que menos progresan".

Para colmo, los economicistas puros se dedican a elogiar el desarrollo de la India, que no es tal, sino crecimiento; un crecimiento que sólo es posible por las condiciones del trabajo, que no corresponden a una sociedad desarrollada. Todavía el dinero que algunos indios manejan no alcanza para liquidar en la realidad el sistema de castas ni las discriminaciones sexuales y religiosas: musulmanes e hindúes se matan entre sí todos los días, salvo aquellos en que se distraen del ejercicio para salir a matar cristianos. Ni qué decir de la economía de plantación industrial de China, con trabajo semiesclavo. Y de la perpetua alabanza del gobierno de Lula, que no ha resuelto en modo alguno el problema de la distribución de la riqueza en un país que puede servir a los inversores por muchas razones, pero que sigue siendo enormemente peligroso: el anterior presidente, Henrique Cardoso, había dejado un legado importante, el de la reducción del analfabetismo en un 34%, del que no se han vuelto a tener noticias. Lula está tan cerca del universo islámico como Chávez.

Al progre ultra le encantan estas cosas: que los países atrasados crezcan más que los desarrollados demuestra que Occidente está podrido. Lo estuvo siempre, según ellos, porque hicieron su riqueza explotando a los no occidentales: ni se les pasa por la cabeza la posibilidad de que Occidente haya podido dominar países pobres precisamente porque ya era rico. Y el país pobre lo es siempre por culpa del extranjero codicioso, jamás por circunstancias, personas, clases o leyes propias dedicadas a perpetuar el atraso. Tampoco se hacen preguntas acerca de cosas tan obvias como la evolución de Australia, el progreso científico de Israel o la condición exportadora de un Japón al que el territorio se lo ha negado todo. Por eso arrojaron pintura o piedras sobre el coche policial en el que hubo que evacuar de la Universidad Autónoma de Madrid al judío israelí Eytan Levy y después se fueron a beber un vaso de agua –el pogromo cansa– potabilizada por obra y gracia de la tecnología desarrollada por el hebreo al que acababan de agredir.

El progre ultra, el atrasista, no quiere saber nada de esas cosas. En realidad, no quiere saber. Es demasiado esfuerzo. Creen tener un pensamiento pero sólo poseen unas cuantas ideas-basura y un way of life violentamente pacifista. Ya no se acercan a los tanques con unos claveles para meterlos en los cañones, entre otras cosas porque prefieren olvidar aquel Portugal revolucionario que, felizmente, fracasó.
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Libertad Digital - Suplementos
15.06.2010

Ver en Termidorianos artículo posterior del autor: "El atrasismo revolucionario"
http://termidorianos.blogspot.com.es/2011/02/el-atrasismo-revolucionario.html

sábado, 13 de noviembre de 2010

Gramsci: un marxista para el siglo XXI



Jorge Fernández Zicavo

Tras la desintegración del Imperio Soviético, la actual estrategia marxista para las democracias occidentales consiste en reemplazar la vieja idea de Revolución por las propuestas formuladas entre 1929 y 1935 por el comunista italiano Antonio Gramsci que, básicamente, propone erosionar los valores ideológicos y culturales burgueses que adormecen a la clase obrera; una etapa imprescindible para luego acceder al poder por la vía electoral y demoler, desde las propias instituciones gubernamentales, la estructura y la superestructura del Estado capitalista.

Esta estrategia troyana se llevaría a cabo debilitando las instituciones que vertebran la sociedad: familia, Iglesias cristianas, centros de enseñanza, partidos políticos, medios de comunicación, asociaciones culturales, FF.AA. y policiales, poder judicial, poder legislativo, etc.; y los principios morales y éticos de la democracia: libertades individuales, propiedad privada, Estado de derecho... Se trataría, en resumidas cuentas, de minar las columnas ideológicas que, gracias a un pacto social orgánico y simbólico entre el Estado y la sociedad civil, sostienen al sistema burgués-capitalista.

En los tiempos actuales, a este plan de demoliciones las izquierdas europeas han añadido otras ofensivas aún más perversas: elaborar una "memoria histórica" que demonice a la Derecha; considerar "opinable y discutible" el concepto Nación (Rodríguez Zapatero); e infectar nuestras sociedades con el Islam -religión totalitaria y ultrarreaccionaria- mediante la invasión de musulmanes atraídos por las consignas suicidas de “papeles y servicios asistenciales gratis para todos”.

Una mezquita en Alemania. La C.E. estima que en 2010 Europa tiene una población de 50.000.000 de musulmanes, con barrios-guetos exclusivos, 15.000 mezquitas y 1.500 centros culturales islámicos.

Este plan general de operaciones fecundado por el modelo teórico de Gramsci, surgió de la convicción (evidente, pero silenciada por la insurreccional ortodoxia leninista), de que el Octubre ruso sería irrepetible en las naciones europeas. Allí estaban los ejemplos de la revolución espartaquista alemana de 1919 aniquilada por el socialista Ebert y los Freikorps; y las cinco insurrecciones armadas contra la Segunda República española de los años ´30 que, además de fracasar, acabarían llevando al poder, respectivamente, a la derecha fascista y a la autoritaria.

En síntesis, para Gramsci la toma del poder no pasa por el asalto armado al aparato político y militar del Estado, sino por controlar, y luego desestructurar, a la sociedad civil que lo sustenta. Destruir, como las termitas o las bacterias oxidantes del hierro, los cimientos culturales del sistema capitalista.

Tras esta mini síntesis introductoria, damos paso a dos artículos sobre la teoría gramsciana (Pablo Molina) y su praxis (Rubén Mundaca) que gobiernos de izquierda ya vienen aplicando -por ahora- en España, Venezuela, Argentina, Bolivia, Uruguay, Ecuador y Nicaragua.


Una curiosa homogeneidad histórica, cultural y geográfica que merecería ser estudiada, pues podría ser que se estuviera gestando, ante la indiferencia suicida de las democracias occidentales, un fenómeno geoestratégico post-gramsciano de “homogeneidades hegemónicas”, o "segunda guerra fría", ahora sur-norte. Camaleónica, de sinuoso perfil bajo y formalmente legalista (menos en Venezuela, claro) y dirigida por una nueva Komintern cuya filial latinoamericana se habría ido desarrollando durante los ya diecisiete encuentros del Foro de Sao Paulo. Intuiciones...
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Pablo Molina

Se ha estudiado relativamente poco la obra filosófica (pseudofilosófica en realidad) de Antonio Gramsci y menos aún sus implicaciones prácticas en la evolución del marxismo ortodoxo a la socialdemocracia progre actual. Sin embargo, los trabajos de Gramsci son el basamento de la estructura moral de la izquierda contemporánea, aunque sus epígonos, alérgicos a la lectura (ahí está Zapo para demostrarlo) ignoren a quien deben la creación del programa subversivo al que recurren como única tabla de salvación, tras el naufragio del comunismo ortodoxo con la caída del muro de Berlín. En otro lugar he tratado de clarificar la responsabilidad de Gramsci en el programa subversivo contra los valores de Occidente desarrollado por la izquierda especialmente a partir de los años sesenta, aunque el asunto merecería un estudio "in extenso" que alguna vez habrá que realizar. Ahora me propongo comentar, acaso de pasada, la evidencia de que el socialismo, en contra de sus estudiosos y admiradores, no es una filosofía propiamente dicha, sino precisamente la negación de la misma en tanto herramienta necesaria para buscar la verdad objetiva.

En el marxismo, tradicionalmente, han convivido una serie de aspectos diversos: una metodología historiográfica, una determinada moral, una teoría supuestamente científica de la política y, sobre todo, un análisis sociológico en clave económica. A menudo, estos elementos entran en conflicto, dando lugar a determinadas corrientes dentro del marxismo en función de la primacía que se otorga a una u otra interpretación de las muchas a que da lugar un compendio doctrinal tan complejo.

El éxito de Antonio Gramsci fue resolver las aparentes contradic-ciones de un sistema heterodoxo, hasta integrarlo en una filosofía completa basada en la identificación de la teoría y la praxis. Todo el esfuerzo teórico de Gramsci fue destinado, en efecto, a construir una filosofía que agrupara graníticamente todos los elementos que el marxismo tradicional había dispersado a través de múltiples interpretaciones.
Gramsci es quien convierte al marxismo clásico en una simple escatología mediante la transformación de sus raíces pretendidamente filosóficas en una "no-filosofía". Para el pensador italiano, lo único relevante para determinar la validez de un principio es si éste contribuye al fin último pretendido por el marxismo: la creación de una sociedad regida bajo las premisas totalitarias del socialismo. Todo lo que contribuya al advenimiento del orden nuevo socialista será aceptado e integrado en la teoría (será declarado moralmente bueno) y cualquier impulso en la dirección contraria será puesto en el punto de mira como un elemento a destruir.

El resultado es la voladura de los pilares pretendidamente filosóficos esbozados por Carlos Marx, pues, después de Gramsci, la verdad de una proposición analíticamente demostrable (piedra de toque de la filosofía como ciencia) no importa lo más mínimo, sino tan sólo su eficacia como herramienta ideológica y política para convencer a las masas. Y ello no por una suerte de ineptitud intelectual, sino por la rigurosa exigencia de una cosmovisión que identifica la teoría y la praxis como un todo. El único oficiante autorizado para esta integración entre la teoría y la praxis es el partido comunista, que de esta forma reemplaza al "sistema" de los antiguos filósofos. El filósofo tradicional, para verificar la certeza de una afirmación recurría a su contraste con el cuerpo de argumentaciones coherentes que constituían su "sistema". En cambio, para el marxista, la doctrina es cierta si, y solo si, es sostenida por el partido.

Esta es, a mi juicio, la clave que explica la pintoresca estructura de pensamiento del progresismo contemporáneo, que despoja el análisis de la realidad de cualquier implicación ética más allá de verificar su compatibilidad con el ideal revolucionario. De esta forma, la izquierda apoya sin prejuicios al Islam por su capacidad para minar las bases del orden occidental (cristiano y capitalista). El hecho de que discrimine a la mujer u oprima a los homosexuales (algo intrínsecamente inmoral) no supone ningún problema para el progresismo, pues el fin último es lo que determina la moralidad de un proceso (Gramsci en estado puro). Otro ejemplo muy similar: la Cuba castrista es culpable de las mayores atrocidades contra el ser humano, algo sobradamente conocido y documentado, lo que la convierte, quizás, en uno de los regímenes más inmorales del planeta. Sin embargo, la izquierda sigue al sistema castrista, pues, nuevamente, es el ideal revolucionario socialista lo único moralmente aceptable.

El marxismo y sus descendientes provocan una gran tosquedad mental en sus seguidores. Además les convierte en malas personas, en sujetos amorales o con una moral depravada, sujeta siempre a los designios de sus dirigentes. Pero la droga marxista tiene otro efecto destructor más potente: también los convierte en necios. De nuevo sólo hay que pensar en quien citábamos al principio.

Instituto Juan de Mariana
Madrid
24.10.2006
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Rubén Mundaca Morales

El artículo original es más extenso. Lo hemos acotado a su descripción de la estrategia gramsciana en general.


Entre los críticos al marxismo con mayor influencia en la sociedad moderna se encuentra el italiano Antonio Gramsci. Sus Lettere dal carcere (cartas de la prisión), escritas mientras estaba en la cárcel condenado a 20 años por un tribunal fascista, explican el fundamento de sus teorías.

Resumiendo, Gramsci propone la "teoría de la praxis" o "historicismo absoluto": La historia solo se entiende con el método dialéctico. El marxismo sólo puede concebirse como una teoría de la praxis o transformación de una sociedad mediante el acceso al poder de una clase o grupo social emergente o "hegemonía". El grupo social es primero hegemónico y luego dominante.

Gramsci entendió esto durante su estadía en la Unión Soviética, donde notó la falta de amor que los propios trabajadores tenían al estado que era el paraíso del proletariado, el cual se mantenía solamente mediante el terror y las masacres llevadas a cabo tanto por Lenin como por Stalin. Notó también que el comunismo no accedió al poder en la Unión Soviética (ni en China y en ninguna otra parte del mundo) por la voluntad de los trabajadores, sino mediante un golpe de estado orquestado cuidadosamente y consolidado por una atroz guerra civil. A diferencia de Lenin o Stalin, Gramsci reconoció que ello se debía a que los campesinos y trabajadores no son revolucionarios (como comúnmente se cree) y en realidad no desean la destrucción del orden existente, sino una mejora sustancial del mismo. Usualmente y más que consideraciones de clase social, para el trabajador son más importantes asuntos como el amor a Dios, la familia y el país.

Hombre brillante, Gramsci concluyó que los métodos estalinistas no serían exitosos en las sociedades occidentales. La violencia y la revolución generarían una fatal reacción contra el movimiento comunista. Por ello y en vez de desilusionarse, durante su prisión analiza cómo la sociedad capitalista burguesa funciona y cómo puede ser tomada pacíficamente y dominada a través de un cambio sistemático de sus ideas y valores. Percibió que en las sociedades occidentales, lo que mantiene unido a gobernantes y gobernados son las instituciones clásicas: la familia, la escuela, la sociedad civil y sus organizaciones.

Lo que los revolucionarios gramscianos tienen que construir es una contra-hegemonía liderizada (sic) por intelectuales operativos en diferentes áreas culturales, intelectuales que ejerzan un papel de constructores, organizadores, "persuasores permanentes" y no simples organizadores. Su misión principal es la de cambiar el consenso popular, cambiando la forma como las instituciones trabajan y son vistas. El éxito consistirá en permear la sociedad con un nuevo sistema de valores, creencias y moralidad, descalificando los valores fundados de la sociedad.
Por ejemplo: a los fundamentos de la familia se los debilita promoviendo con argumentos "racionales" la equiparación del matrimonio homosexual con el matrimonio heterosexual. A la Iglesia se la descalifica mediante la crítica a partes negras de su historia y a los actos de algunos de sus sacerdotes. A la autoridad del estado se la hace tambalear mediante actos en los que el estado se ve cohibido de utilizar su derecho a la represión en defensa de la sociedad (bloqueos de caminos, marchas, huelgas) etc., todo ello instrumentalizado mediante el control o influencia de los intelectuales operativos sobre iglesias, colegios, universidades, periódicos, revistas, televisión, radio, Internet, literatura seria, música, artes visuales, etc.

Este método, operativamente, reconoce tres fases básicas.

Primera: Se introduce la sospecha hacia personas o instituciones. Todos son sospechosos excepto nosotros, que defendemos al "pueblo".

Segunda: Se ponen en relevancia las fallas de las personas o instituciones atacadas, minimizando sus logros.

Tercera: Estas fallas, al recibir masivas criticas y publicidad desproporcionadas, confirman la sospecha, lo que hace nacer, posiciona y promueve el deseo del cambio hacia la institución o persona cuestionada, lo que deja el campo expedito a los atacantes y pone en entredicho el derecho de los líderes a gobernar de acuerdo a las formas aceptadas. Para descalificar, se utilizan palabras como racista, oligarca, intolerante, sexista. Por ejemplo, cuando un gramsciano te dice intolerante, en realidad se está diciendo que "debes aceptar nuestros valores y no discutirlos".

El objetivo final es, por supuesto, tomar el poder artificialmente deslegitimado para legitimarlo con su presencia como abanderados de los nuevos valores, usando la democracia como uno de sus instrumentos, aunque el objetivo final es el comunismo. En otras palabras, se trata de parasitar la democracia y sus instituciones fundamentales para envenenarlas desde adentro, destruyéndolas para sustituirlas con valores e instituciones marxistas, con el consentimiento de la población. Esta visión se acerca a lo que describió Aldous HuxIey en su libro Brave New World: "un estado totalitario realmente eficiente será aquel en el que su cúpula ejecutiva y ejército de directivos controlen una población de esclavos que no tengan que ser obligados, porque aman su servidumbre".

Seguramente todo lo dicho le es familiar pues es identificable en muchos sucesos del quehacer político nacional. En este contexto, no son casualidad los bloqueos, el descrédito de instituciones como el congreso y el poder ejecutivo (con un poco de ayuda por parte de ellos mismos).

Otra gran estrategia exitosa propuesta por Gramsci es aquella en la que emplaza a los comunistas a poner de lado sus prejuicios de clase en su lucha por el poder, buscando ganar elementos entre las clases burguesas, principalmente a los hijos más educados, en un proceso que llamó "la absorción de las elites de la clase burguesa". Ganando a los brillantes jóvenes de la burguesía (escribió Gramsci), resulta en la decapitación de las fuerzas antimarxistas y su reducción a la impotencia, pues los padres no podrán contender con sus hijos. Una vez tomado el poder, el objetivo es controlar la mayor cantidad de medios de comunicación a fin de uniformizar los valores de la sociedad para que acepte de buen grado las propuestas e imposiciones marxistas.

Santa Cruz, Bolivia
3 de noviembre de 2005

Reproducido de: Nación Camba

jueves, 4 de noviembre de 2010

Firmenich: 27 años de Impunidad


Como máximo jefe de Montoneros es responsable de -al menos- unos 400 asesinatos, homicidios y secuestros. Jamás fue procesado por ello, y está blindado penalmente por el régimen Kirchner y su Corte Suprema.

El Centro de Estudios Legales sobre el Terrorismo (Celtyv) pidió la reapertura de una causa penal contra el ex jefe de Montoneros, Mario Firmenich, y su jefe de finanzas Juan Gasparini, por el secuestro, en 1975, de Heinrich Franz Metz, ex ejecutivo de Mercedes-Benz en la Argentina.

La querella, que está firmada por el abogado Carlos Manfroni, demanda la anulación de los indultos dictados por el ex presidente Carlos Menem para todos los imputados, incluido Firmenich; la extradición de Gasparini, que está radicado en Suiza, y la detención inmediata de todos ellos.

En la Argentina, la Corte sólo avaló hasta ahora la reapertura de causas contra los militares por violaciones a los derechos humanos, porque son imprescriptibles. Pero la querella sostiene que el Tratado de Roma y otros instrumentos internacionales también establecen la imprescriptibilidad de los delitos cometidos por organizaciones terroristas no estatales, como fue Montoneros.

La querella fue presentada el miércoles último y está radicada en el Juzgado Federal de San Isidro, a cargo de la jueza Sandra Arroyo Salgado. El motivo de la intervención de ese juzgado no es un dato menor: allí tramitó la causa en la que el ex juez federal Alberto Daniel Piotti indagó a Firmenich, que tramitó hasta que el caso fue archivado, como consecuencia del indulto que dictó Menem.

Para ese momento, el trámite judicial estaba avanzado, próximo a pasar de la etapa de instrucción a la etapa de plenario, acusación fiscal y sentencia, recuerdan ahora fuentes de ese tribunal. Por eso, la querella considera útiles las pruebas ya aportadas en aquel sumario.

El pedido combina los testimonios y peritajes que existen en el expediente, ya bastante voluminoso, con los nuevos libros escritos por uno de los imputados, Gasparini, quien, según la presentación, era jefe de finanzas de Montoneros y actualmente reside en Suiza.

El libro al que principalmente se refiere la querella es Graiver: el banquero de los montoneros, recientemente reeditado, de donde surge que el dinero obtenido por el rescate de Metz, de cuatro millones de dólares, pagado por la empresa Mercedes-Benz, fue invertido en el banco que David Graiver había creado en EE.UU., junto con parte del que los montoneros cobraron por el secuestro de los hermanos Born, de 60 millones de dólares.
La inversión se realizó mediante una complicada maniobra de lavado, que incluyó el paso por Suiza y la utilización de una empresa fantasma creada en Panamá, pero con cuentas en Nueva York y Bruselas; una jugada que es delito en la Argentina y en EE.UU., según surge de la presentación.

Recientemente, Gasparini desmintió haber pertenecido a la organización, pero la querella hace hincapié en seis testimonios -que ya están incorporados en el expediente de Metz-, algunos de ellos empleados del ex banquero David Graiver, que recibían regularmente en las oficinas de Suipacha 1111 a Gasparini,

Graiver lavó el dinero que obtuvo Montoneros por los secuestros de Metz y de Jorge Born. Por la libertad de sus ejecutivos, Bunge & Born pagó 63 millones de dólares y Mercedes-Benz, 4 millones.

El escrito de Celtyv, cuya titular es Victoria Villarruel, presenta detalles que surgen de los propios libros de Gasparini y de los cuales se deduce que fue él quien condujo las operaciones de manipulación del dinero, en la Argentina, en Europa y hacia los Estados Unidos.

La Nación
24.10.2010