sábado, 13 de noviembre de 2010

Gramsci: un marxista para el siglo XXI



Jorge Fernández Zicavo

Tras la desintegración del Imperio Soviético, la actual estrategia marxista para las democracias occidentales consiste en reemplazar la vieja idea de Revolución por las propuestas formuladas entre 1929 y 1935 por el comunista italiano Antonio Gramsci que, básicamente, propone erosionar los valores ideológicos y culturales burgueses que adormecen a la clase obrera; una etapa imprescindible para luego acceder al poder por la vía electoral y demoler, desde las propias instituciones gubernamentales, la estructura y la superestructura del Estado capitalista.

Esta estrategia troyana se llevaría a cabo debilitando las instituciones que vertebran la sociedad: familia, Iglesias cristianas, centros de enseñanza, partidos políticos, medios de comunicación, asociaciones culturales, FF.AA. y policiales, poder judicial, poder legislativo, etc.; y los principios morales y éticos de la democracia: libertades individuales, propiedad privada, Estado de derecho... Se trataría, en resumidas cuentas, de minar las columnas ideológicas que, gracias a un pacto social orgánico y simbólico entre el Estado y la sociedad civil, sostienen al sistema burgués-capitalista.

En los tiempos actuales, a este plan de demoliciones las izquierdas europeas han añadido otras ofensivas aún más perversas: elaborar una "memoria histórica" que demonice a la Derecha; considerar "opinable y discutible" el concepto Nación (Rodríguez Zapatero); e infectar nuestras sociedades con el Islam -religión totalitaria y ultrarreaccionaria- mediante la invasión de musulmanes atraídos por las consignas suicidas de “papeles y servicios asistenciales gratis para todos”.

Una mezquita en Alemania. La C.E. estima que en 2010 Europa tiene una población de 50.000.000 de musulmanes, con barrios-guetos exclusivos, 15.000 mezquitas y 1.500 centros culturales islámicos.

Este plan general de operaciones fecundado por el modelo teórico de Gramsci, surgió de la convicción (evidente, pero silenciada por la insurreccional ortodoxia leninista), de que el Octubre ruso sería irrepetible en las naciones europeas. Allí estaban los ejemplos de la revolución espartaquista alemana de 1919 aniquilada por el socialista Ebert y los Freikorps; y las cinco insurrecciones armadas contra la Segunda República española de los años ´30 que, además de fracasar, acabarían llevando al poder, respectivamente, a la derecha fascista y a la autoritaria.

En síntesis, para Gramsci la toma del poder no pasa por el asalto armado al aparato político y militar del Estado, sino por controlar, y luego desestructurar, a la sociedad civil que lo sustenta. Destruir, como las termitas o las bacterias oxidantes del hierro, los cimientos culturales del sistema capitalista.

Tras esta mini síntesis introductoria, damos paso a dos artículos sobre la teoría gramsciana (Pablo Molina) y su praxis (Rubén Mundaca) que gobiernos de izquierda ya vienen aplicando -por ahora- en España, Venezuela, Argentina, Bolivia, Uruguay, Ecuador y Nicaragua.


Una curiosa homogeneidad histórica, cultural y geográfica que merecería ser estudiada, pues podría ser que se estuviera gestando, ante la indiferencia suicida de las democracias occidentales, un fenómeno geoestratégico post-gramsciano de “homogeneidades hegemónicas”, o "segunda guerra fría", ahora sur-norte. Camaleónica, de sinuoso perfil bajo y formalmente legalista (menos en Venezuela, claro) y dirigida por una nueva Komintern cuya filial latinoamericana se habría ido desarrollando durante los ya diecisiete encuentros del Foro de Sao Paulo. Intuiciones...
_ _ _

Pablo Molina

Se ha estudiado relativamente poco la obra filosófica (pseudofilosófica en realidad) de Antonio Gramsci y menos aún sus implicaciones prácticas en la evolución del marxismo ortodoxo a la socialdemocracia progre actual. Sin embargo, los trabajos de Gramsci son el basamento de la estructura moral de la izquierda contemporánea, aunque sus epígonos, alérgicos a la lectura (ahí está Zapo para demostrarlo) ignoren a quien deben la creación del programa subversivo al que recurren como única tabla de salvación, tras el naufragio del comunismo ortodoxo con la caída del muro de Berlín. En otro lugar he tratado de clarificar la responsabilidad de Gramsci en el programa subversivo contra los valores de Occidente desarrollado por la izquierda especialmente a partir de los años sesenta, aunque el asunto merecería un estudio "in extenso" que alguna vez habrá que realizar. Ahora me propongo comentar, acaso de pasada, la evidencia de que el socialismo, en contra de sus estudiosos y admiradores, no es una filosofía propiamente dicha, sino precisamente la negación de la misma en tanto herramienta necesaria para buscar la verdad objetiva.

En el marxismo, tradicionalmente, han convivido una serie de aspectos diversos: una metodología historiográfica, una determinada moral, una teoría supuestamente científica de la política y, sobre todo, un análisis sociológico en clave económica. A menudo, estos elementos entran en conflicto, dando lugar a determinadas corrientes dentro del marxismo en función de la primacía que se otorga a una u otra interpretación de las muchas a que da lugar un compendio doctrinal tan complejo.

El éxito de Antonio Gramsci fue resolver las aparentes contradic-ciones de un sistema heterodoxo, hasta integrarlo en una filosofía completa basada en la identificación de la teoría y la praxis. Todo el esfuerzo teórico de Gramsci fue destinado, en efecto, a construir una filosofía que agrupara graníticamente todos los elementos que el marxismo tradicional había dispersado a través de múltiples interpretaciones.
Gramsci es quien convierte al marxismo clásico en una simple escatología mediante la transformación de sus raíces pretendidamente filosóficas en una "no-filosofía". Para el pensador italiano, lo único relevante para determinar la validez de un principio es si éste contribuye al fin último pretendido por el marxismo: la creación de una sociedad regida bajo las premisas totalitarias del socialismo. Todo lo que contribuya al advenimiento del orden nuevo socialista será aceptado e integrado en la teoría (será declarado moralmente bueno) y cualquier impulso en la dirección contraria será puesto en el punto de mira como un elemento a destruir.

El resultado es la voladura de los pilares pretendidamente filosóficos esbozados por Carlos Marx, pues, después de Gramsci, la verdad de una proposición analíticamente demostrable (piedra de toque de la filosofía como ciencia) no importa lo más mínimo, sino tan sólo su eficacia como herramienta ideológica y política para convencer a las masas. Y ello no por una suerte de ineptitud intelectual, sino por la rigurosa exigencia de una cosmovisión que identifica la teoría y la praxis como un todo. El único oficiante autorizado para esta integración entre la teoría y la praxis es el partido comunista, que de esta forma reemplaza al "sistema" de los antiguos filósofos. El filósofo tradicional, para verificar la certeza de una afirmación recurría a su contraste con el cuerpo de argumentaciones coherentes que constituían su "sistema". En cambio, para el marxista, la doctrina es cierta si, y solo si, es sostenida por el partido.

Esta es, a mi juicio, la clave que explica la pintoresca estructura de pensamiento del progresismo contemporáneo, que despoja el análisis de la realidad de cualquier implicación ética más allá de verificar su compatibilidad con el ideal revolucionario. De esta forma, la izquierda apoya sin prejuicios al Islam por su capacidad para minar las bases del orden occidental (cristiano y capitalista). El hecho de que discrimine a la mujer u oprima a los homosexuales (algo intrínsecamente inmoral) no supone ningún problema para el progresismo, pues el fin último es lo que determina la moralidad de un proceso (Gramsci en estado puro). Otro ejemplo muy similar: la Cuba castrista es culpable de las mayores atrocidades contra el ser humano, algo sobradamente conocido y documentado, lo que la convierte, quizás, en uno de los regímenes más inmorales del planeta. Sin embargo, la izquierda sigue al sistema castrista, pues, nuevamente, es el ideal revolucionario socialista lo único moralmente aceptable.

El marxismo y sus descendientes provocan una gran tosquedad mental en sus seguidores. Además les convierte en malas personas, en sujetos amorales o con una moral depravada, sujeta siempre a los designios de sus dirigentes. Pero la droga marxista tiene otro efecto destructor más potente: también los convierte en necios. De nuevo sólo hay que pensar en quien citábamos al principio.

Instituto Juan de Mariana
Madrid
24.10.2006
_ _ _


Rubén Mundaca Morales

El artículo original es más extenso. Lo hemos acotado a su descripción de la estrategia gramsciana en general.


Entre los críticos al marxismo con mayor influencia en la sociedad moderna se encuentra el italiano Antonio Gramsci. Sus Lettere dal carcere (cartas de la prisión), escritas mientras estaba en la cárcel condenado a 20 años por un tribunal fascista, explican el fundamento de sus teorías.

Resumiendo, Gramsci propone la "teoría de la praxis" o "historicismo absoluto": La historia solo se entiende con el método dialéctico. El marxismo sólo puede concebirse como una teoría de la praxis o transformación de una sociedad mediante el acceso al poder de una clase o grupo social emergente o "hegemonía". El grupo social es primero hegemónico y luego dominante.

Gramsci entendió esto durante su estadía en la Unión Soviética, donde notó la falta de amor que los propios trabajadores tenían al estado que era el paraíso del proletariado, el cual se mantenía solamente mediante el terror y las masacres llevadas a cabo tanto por Lenin como por Stalin. Notó también que el comunismo no accedió al poder en la Unión Soviética (ni en China y en ninguna otra parte del mundo) por la voluntad de los trabajadores, sino mediante un golpe de estado orquestado cuidadosamente y consolidado por una atroz guerra civil. A diferencia de Lenin o Stalin, Gramsci reconoció que ello se debía a que los campesinos y trabajadores no son revolucionarios (como comúnmente se cree) y en realidad no desean la destrucción del orden existente, sino una mejora sustancial del mismo. Usualmente y más que consideraciones de clase social, para el trabajador son más importantes asuntos como el amor a Dios, la familia y el país.

Hombre brillante, Gramsci concluyó que los métodos estalinistas no serían exitosos en las sociedades occidentales. La violencia y la revolución generarían una fatal reacción contra el movimiento comunista. Por ello y en vez de desilusionarse, durante su prisión analiza cómo la sociedad capitalista burguesa funciona y cómo puede ser tomada pacíficamente y dominada a través de un cambio sistemático de sus ideas y valores. Percibió que en las sociedades occidentales, lo que mantiene unido a gobernantes y gobernados son las instituciones clásicas: la familia, la escuela, la sociedad civil y sus organizaciones.

Lo que los revolucionarios gramscianos tienen que construir es una contra-hegemonía liderizada (sic) por intelectuales operativos en diferentes áreas culturales, intelectuales que ejerzan un papel de constructores, organizadores, "persuasores permanentes" y no simples organizadores. Su misión principal es la de cambiar el consenso popular, cambiando la forma como las instituciones trabajan y son vistas. El éxito consistirá en permear la sociedad con un nuevo sistema de valores, creencias y moralidad, descalificando los valores fundados de la sociedad.
Por ejemplo: a los fundamentos de la familia se los debilita promoviendo con argumentos "racionales" la equiparación del matrimonio homosexual con el matrimonio heterosexual. A la Iglesia se la descalifica mediante la crítica a partes negras de su historia y a los actos de algunos de sus sacerdotes. A la autoridad del estado se la hace tambalear mediante actos en los que el estado se ve cohibido de utilizar su derecho a la represión en defensa de la sociedad (bloqueos de caminos, marchas, huelgas) etc., todo ello instrumentalizado mediante el control o influencia de los intelectuales operativos sobre iglesias, colegios, universidades, periódicos, revistas, televisión, radio, Internet, literatura seria, música, artes visuales, etc.

Este método, operativamente, reconoce tres fases básicas.

Primera: Se introduce la sospecha hacia personas o instituciones. Todos son sospechosos excepto nosotros, que defendemos al "pueblo".

Segunda: Se ponen en relevancia las fallas de las personas o instituciones atacadas, minimizando sus logros.

Tercera: Estas fallas, al recibir masivas criticas y publicidad desproporcionadas, confirman la sospecha, lo que hace nacer, posiciona y promueve el deseo del cambio hacia la institución o persona cuestionada, lo que deja el campo expedito a los atacantes y pone en entredicho el derecho de los líderes a gobernar de acuerdo a las formas aceptadas. Para descalificar, se utilizan palabras como racista, oligarca, intolerante, sexista. Por ejemplo, cuando un gramsciano te dice intolerante, en realidad se está diciendo que "debes aceptar nuestros valores y no discutirlos".

El objetivo final es, por supuesto, tomar el poder artificialmente deslegitimado para legitimarlo con su presencia como abanderados de los nuevos valores, usando la democracia como uno de sus instrumentos, aunque el objetivo final es el comunismo. En otras palabras, se trata de parasitar la democracia y sus instituciones fundamentales para envenenarlas desde adentro, destruyéndolas para sustituirlas con valores e instituciones marxistas, con el consentimiento de la población. Esta visión se acerca a lo que describió Aldous HuxIey en su libro Brave New World: "un estado totalitario realmente eficiente será aquel en el que su cúpula ejecutiva y ejército de directivos controlen una población de esclavos que no tengan que ser obligados, porque aman su servidumbre".

Seguramente todo lo dicho le es familiar pues es identificable en muchos sucesos del quehacer político nacional. En este contexto, no son casualidad los bloqueos, el descrédito de instituciones como el congreso y el poder ejecutivo (con un poco de ayuda por parte de ellos mismos).

Otra gran estrategia exitosa propuesta por Gramsci es aquella en la que emplaza a los comunistas a poner de lado sus prejuicios de clase en su lucha por el poder, buscando ganar elementos entre las clases burguesas, principalmente a los hijos más educados, en un proceso que llamó "la absorción de las elites de la clase burguesa". Ganando a los brillantes jóvenes de la burguesía (escribió Gramsci), resulta en la decapitación de las fuerzas antimarxistas y su reducción a la impotencia, pues los padres no podrán contender con sus hijos. Una vez tomado el poder, el objetivo es controlar la mayor cantidad de medios de comunicación a fin de uniformizar los valores de la sociedad para que acepte de buen grado las propuestas e imposiciones marxistas.

Santa Cruz, Bolivia
3 de noviembre de 2005

Reproducido de: Nación Camba

No hay comentarios:

Publicar un comentario