sábado, 23 de abril de 2016

El error psicopolítico de la derecha






Agustín Laje

Si izquierdas y derechas en política no pueden ser definidas sino por su inmediata referencia a su par opuesto, no tendría por qué causar revuelo deducir que, si el llamado “socialismo del Siglo XXI” representa hoy el proyecto continental de la izquierda, el macrismo por añadidura representa a nivel nacional su contracara más evidente.

Y ello así no porque no existan expresiones vernáculas de derecha más ajustadas a los ideales prototípicos de esta parte del espectro ideológico o, lo que es lo mismo, más disonantes respecto del ala izquierdista, sino porque en nuestro análisis debemos considerar la relación de fuerzas existente: el PRO se visualiza con mayor nitidez entre las opciones de derecha sencillamente por el peso específico de su poder político actual.

Dicho esto, es interesante advertir lo que ocurre en los sectores de derecha cuando una expresión cercana a sus posiciones ideológicas asume el poder, como ocurre hoy en Argentina. No simplemente interesante; también útil, en la medida en que tomar conciencia respecto de las propias debilidades puede contribuir a modificarlas en un marco regional signado por la creciente debilidad de una izquierda cada vez más ilegitimada, frente a una derecha en vuelo ascendente.

Empecemos configurando, al buen estilo del método weberiano, un “tipo ideal” del “hombre de derecha medio”. Y digamos en primer término que la psicología del hombre de derecha busca evadir, siempre que sea posible, la problemática política. Tal cosa no es más que una resultante, aunque suene desconcertante, de sus propias ideas políticas consistentes en la reducción de la política a su mínima expresión. El hombre de derecha, en efecto, reconoce y fomenta la separación entre la esfera pública y la esfera privada de la vida social; y ubica a la política en apenas algunos espacios de la primera. “Lo personal es político” decía la feminista radical Carol Hanisch. Lo personal es privado, al contrario, diría un derechista.

En segundo término, al hombre de derecha no le agradan las utopías. Él prefiere asumir la realidad tal cual es, con sus oportunidades y satisfacciones, pero también con sus dificultades, con sus pesares y contingencias. De ahí que siempre haya preferido el término “evolución” frente al de “revolución”. En consecuencia, aquél no se resguarda en ideales utópicos que, para concretarse, necesitan de un aparato político monstruoso capaz de crear un nunca alcanzado ni alcanzable “paraíso en la tierra”. Así, la utopía como constructo imaginario disparador del compromiso político activo y permanente, tan arquetípico en la izquierda, no toca al hombre de derecha, el cual prefiere aceptar las propias condiciones de la vida, ganándosela por sus propios medios, haciendo y dejando hacer, sin ampararse en constructos ideológicos que le socorran de su frustración personal.

El hombre de derecha de nuestro Siglo brega, pues, por un Estado limitado. Es la sociedad la que debe desenvolverse a su propio ritmo, frente a un árbitro estatal que defina reglas claras y estables de juego que permitan a los individuos desarrollarse por sí mismos. Tal es, en una palabra, la función de la política para el hombre de derecha.

¿Qué puede deducirse de estos rápidos apuntes? Pues que el lugar de la política para el hombre de derecha es accidental. Su interés por la política se activa, y lo impele a actuar políticamente, sólo cuando tiene en frente un gobierno de signo radicalmente contrario. Pero cuando un gobierno próximo a sus propias posiciones llega al poder, el hombre de derecha se repliega, vuelve a la comodidad de las esferas privadas de la vida, relaja sus instintos militantes, y delega toda sus esperanzas a la técnica, confiando en que los resultados materiales de la gestión gubernamental derechista serán lo suficientemente evidentes para todos como para prescindir de todo relato político capaz de reforzar la legitimidad.

El caso más palpable de esta actitud frente a la política está dado por la teoría del “fin de la historia” de Francis Fukuyama, la que planteó que tras la caída del comunismo a fines del Siglo XX el ser humano había llegado a un punto de no retorno en cuanto a la forma de su organización social, caracterizada por el triunfo definitivo e irrevocable del capitalismo y la democracia liberal. Pero el rápido surgimiento del llamado “socialismo del Siglo XXI”, los fenómenos populistas en América Latina y el auge del marxismo cultural, tiraron por la borda los sueños de quienes creían que en política todo puede estar dicho de una vez y para siempre.

En sentido contrario de la apatía política del hombre de derecha, el hombre de izquierda mantuvo con ferocidad su militancia política aún en un marco completamente desfavorable, caracterizado por una aplastante derrota de alcance universal. Los congresos, mítines, seminarios y reuniones en todo el mundo sobre qué hacer tras la implosión del llamado “socialismo real” fueron moneda corriente a fines de los ’90. Sus ideólogos jamás abdicaron. Sus militantes siguieron haciendo de la política un trabajo a tiempo completo. Y así, sobre los escombros soviéticos, se diseñaron nuevas estratégicas hegemónicas y se fogonearon nuevos conflictos étnicos, raciales, económicos y sexuales. Sobre los cadáveres de los 100 millones de muertos que dejó el experimento comunista, se clavaron las banderas de los Derechos Humanos, hegemonizadas por una izquierda que jamás reparó en cometer las atrocidades más inenarrables en nombre de su ideología.

Mutatis mutandis, las mismas condiciones parecen reproducirse hoy en nuestro país. Al triunfo del PRO le siguió un relajamiento de lo que, en rigor de verdad, jamás fue una militancia orgánica, sino apenas una reacción espontánea de quienes, aún sin saberlo e incluso negándolo, se ubican del centro hacia la derecha en el abanico ideológico. Y frente a ello, puede verse una ruidosa izquierda que no dejará de militar hasta recobrar las riendas del poder.

Para peor, en virtud de las propias ideas que son más afines a la derecha de nuestro Siglo, los gobiernos derechistas van anulando la intromisión del Estado en dimensiones como la ideología que, con buen sentido, se consideran propias de la privacidad del individuo. Así, el Estado se neutraliza y la derecha termina prescindiendo, pues, del arma que la izquierda, siguiendo enseñanzas de Gramsci y Althusser, utiliza con total desparpajo cuando llega al poder para diseminar su ideología en la sociedad civil: los aparatos educativos y comunicacionales del Estado. De ahí que allí donde el kirchnerismo montó un monumental conglomerado de medios destinados a bajar línea ideológica, el macrismo prefiere desarmarlo en lugar de utilizarlo en propio provecho; allí donde el kirchnerismo montó estructuras de historiadores rentados para manipular el pasado y el presente, el macrismo prefiere poner al Estado al margen de discusiones relativas al pasado.

La desventaja estratégica de la derecha es clara: no sólo sus hombres se ponen al margen de la política ni bien el poder político es conquistado, sino que limita lo que con el poder político puede hacer en beneficio de sus propias ideas.

¿Cuál es entonces la salida a este dilema cuyas raíces se hunden en la propia psicología política del hombre de derecha? Los más pragmáticos responderán que frente a una izquierda que hace e hizo uso del aparato estatal para derramar su ideología a la sociedad civil, prescindir de esta herramienta para contrarrestar años de adoctrinamiento equivale a usar arco y flecha frente a un ejército armado hasta los dientes. Los más idealistas, en cambio, mantendrán que la solución no puede ser provista por el uso de los aparatos estatales, sino por un cambio en la concepción política del hombre de derecha, que lo lleve a mantener una inamovible actitud militante que equilibre el ininterrumpido accionar izquierdista.

Comoquiera que sea, lo concreto es que, si la derecha pretende salir del ciclo que sus propias condiciones ideológicas y psicológicas generan, deberá asumir que el conflicto ideológico no tiene fin, y que no puede haber ni un segundo de tregua frente a una izquierda que no desmovilizará su militancia ni bajará sus banderas.


Tribuna de Periodistas
30.01.2016

lunes, 11 de abril de 2016

"Depto. América": Estado Mayor de la guerra revolucionaria en América Latina



General Abelardo Colomé Ibarra




Jorge Fernández Zicavo


En 1969 la Unión Soviética sugirió al gobierno cubano la conveniencia de suspender su apoyo a las guerrillas latinoamericanas; un apoyo político y operativo que consistía fundamentalmente en dar entrenamiento militar a futuros guerrilleros en los campamentos PETI (Punto de Entrenamiento de Tropas Irregulares). Como es sabido, una de las operaciones de aquellos primeros años fue la incursión en Argentina, desde territorio boliviano, del Ejército Guerrillero del Pueblo (EGP) ideado por el "Che" Guevara e integrado por izquierdistas argentinos y dos oficiales del ejército cubano bajo el mando del periodista argentino radicado en La Habana, Ricardo Masetti, quien a su vez era supervisado desde la ciudad de Córdoba por el general Abelardo Colomé Ibarra ("Furry") jefe de Contrainteligencia Militar que años después sería viceministro de las Fuerzas Armadas y finalmente Ministro del Interior hasta mediados de 2015.

Para continuar su apoyo a la subversión de manera más discreta, en 1970 el gobierno cubano creó la Dirección General de Liberación Nacional (DGLN) más conocida como Frente Liberación, dependiente del Ministerio del Interior (MININT) y puesta bajo el mando del comandante y viceministro del Interior, Manuel Piñeiro Losada ("Barbarroja"). Posteriormente, en 1975 la DGLN fue separada del MININT y encuadrada en el Comité Central del Partido Comunista de Cuba con la denominación Departamento América (DA). Los rangos militares e institucionales de Colomé y Piñeiro dan una idea de la importancia estratégica que el régimen castrista concedía a la subversión armada en América Latina.



Comandante Manuel Piñeiro Losada con Fidel

El Departamento América se dividía en cuatro secciones: América Central, América del Sur, Caribe y América del Norte. Su misión política fundamental consistía en mantener los contactos con los comandantes de organizaciones terroristas y guerrilleras latinoamericanas por medio de agentes camuflados en las embajadas de sus países y, asimismo, desarrollar actividades culturales en "tapaderas" de reclutamiento como las Casas de América o Asociaciones de Amigos del Pueblo Cubano.

El Departamento América tuvo grandes éxitos: la toma del poder en Nicaragua por el Frente Sandinista de Liberación, el importante nivel militar alcanzado por las guerrillas de El Salvador, Guatemala y Honduras que obligaron al presidente Reagan a organizar las "contras", y el triunfo del comunista Maurice Bishop en Granada. Asimismo, sus agentes se infiltraron en las organizaciones de exiliados cubanos de Estados Unidos e incluso, en la mismísima CIA. También tuvo sonados fracasos, como el aniquilamiento de las organizaciones terroristas ERP y MONTONEROS en Argentina y de Sendero Luminoso en Perú.

Las actividades del Departamento América comenzaron a reducirse sensiblemente desde la llegada al poder de Mijail Gorbachov en 1985 aunque, con procedimientos aún desconocidos, continuó operando hasta la desintegración de la Unión Soviética en 1991.




domingo, 3 de abril de 2016

¡Basta de mentir sobre Malvinas!




Nicolás Márquez
Prensa Republicana
03.04.2016


Con calculada insistencia, los voceros del régimen, intelectuales y “opositores, siempre funcionales, utilizan la gloriosa fecha del 2 de abril no sólo para disfrutar del feriado turístico sino, lo que es más grave, para manifestarse en cuanta ocasión puedan a fin de lamentar “los chicos que murieron” en Malvinas, agregar que aquello “fue una guerra promovida por un borracho trasnochado” y finalmente, abrevar una y otra vez en la consabida demonización del Proceso de Reorganización Nacional.

Sin embargo, vale desnudar una vez más la hipocresía en la que incurren nuestros habituales recolectores de votos, al bastardear una gesta que fuera oportunamente apoyada con sumo fervor por los mismos partidos políticos que hoy cargan tintas demonizando todo aquello, sin advertir que la mentada “borrachera” no fue un fenómeno personal sino colectivo, puesto que la población virtualmente unánime aplaudió y respaldó la guerra con sonoro espíritu triunfalista. Tanto es así que hubo numerosos y multitudinarios actos de apoyo en los que el Presidente Leopoldo Fortunato Galtieri se vio obligado a saludar desde los balcones de la Casa de Gobierno ante el insistente clamor de la multitud que lo vivaba.

Efectivamente, omiten mencionar nuestros escribidores de historietas, que por entonces un arrasante fervor popular apoyó al gobierno de facto y se manifestó a favor de la guerra, al igual que lo hicieron numerosos dirigentes políticos que salieron de inmediato a dar su incondicional respaldo. Tanto es así que el 7 de abril “dirigentes gremiales como Lorenzo Miguel y Saúl Ubaldini y políticos destacados como los peronistas Antonio Cafiero y Deolindo Bitel, el radical Carlos Contín (Presidente del Comité Central del Partido), el populista Oscar Alende y Jorge Abelardo Ramos, de la izquierda nacional, viajaron a las Islas Malvinas para la asunción del efímero gobernador general Menéndez. El 10 de abril se congregaron en Plaza de Mayo cien mil personas con banderas, entre las que se destacaba un cartel con el lema ‘CGT presente, soberanía o muerte’”. Al mismo tiempo, el procesista Ernesto Sábato hacía declaraciones para la radio española alegando: “no es la dictadura la que está luchando, es el pueblo entero”[1]. Desde Comodoro Rivadavia, en declaraciones radiales Deolindo F. Bittel (ex candidato a Vicepresidente de Luder en 1983 por el P.J.) espetó: “entendemos que la justicia y la reivindicación contenidos en este acto de gobierno merecen que la decisión sea compartida por todos los habitantes de la República Argentina”[2]. En esa misma ocasión, Antonio Cafiero dijo que “la afirmación de nuestra soberanía, el mejoramiento de la imagen exterior y la consolidación de la unidad nacional son tres de los principales réditos que el enfrentamiento armado está en condiciones de dejar. Por otra parte, el gasto que demanda es infinitamente menor que el déficit provocado por la política de despilfarro aplicada en épocas de paz” y seguidamente agregó: “A medida que las acciones resultan más dramáticas se va diluyendo nuestro objetivo partidista, y por esa causa nos propusimos dejar de hacer todo aquello que pudiera dividir la opinión de la comunidad, decidiendo entonces entrevistar a los jefes de las guarniciones patagónicas”.

Políticos de todas las ideologías se reunieron con el Ministro del Interior, Gral. Harguindeguy (amigo íntimo del futuro Presidente Raúl Alfonsín) el 2 de mayo. Al salir de la tertulia, el izquierdista Oscar Allende expresó: “Estamos gozosos de poder asistir a un hecho trascendental. Es un acto de decisión y arrojo que hace honor al gobierno y a las fuerzas armadas argentinas” y en igual circunstancia el relevante dirigente justicialista Torcuato Fino ratificó “la solidaridad del justicialismo con esta actitud del gobierno”; en representación del radicalismo, Francisco Rabanal manifestó: “El episodio de hoy fue anhelado por varias generaciones de argentinos”. Lleno de júbilo, dos días después el ex Presidente Arturo Frondizi declaraba que “La acción de las fuerzas armadas, tendientes a poner fin a la usurpación de Inglaterra en Las Malvinas y demás islas del Atlántico Sur, merece todo nuestro apoyo”. El gobernador de la Provincia de Bs.As., Gral. Saint Jean, también se reunió con los representantes de los partidos Intransigente, Demócrata Cristiano, U.C.R, M.I.D, P.J, y Demócrata Progresista y al salir, hizo mención al apoyo brindado por los dirigentes y afirmó haber recibido expresiones que “fueron conmovedoras”[3]. Una encuesta de la época efectuada por Gallup señalaba que el 90% de la población adhería a la guerra, y sólo el 8% se oponía. Los más entusiastas en apoyarla eran los sectores de izquierda (quienes se alistaban como voluntarios para ser llamados al frente de combate).

Otra acusación en torno a lo acontecido nos dice que el conflicto fue desatado por las FF.AA. para obtener rédito político y “perpetuarse en el poder”, sin embargo, hasta la mismísima justicia alfonsinista, cuando enjuició al Gral. Galtieri, determinó que “El fallo de la Cámara no implica críticas de manera alguna a la gesta de Malvinas […] La Decisión de la Junta Militar de ocupar las islas respondió a la necesidad de reaccionar frente a una añeja, pertinaz y ultimamente intolerable ofensa a la soberanía argentina […] esas circunstancias a modo de abanico fueron concentrándose hasta conformar una agresión, que no solo justificaba, sino que imponía una oportuna defensa en aras de proteger nuestros intereses superiores de la Nación”[4]. Tanto es así, que Galtieri ni siquiera fue condenado por la Corte Suprema de Justicia de la Nación, y los cargos que se le imputaron no tenían relación con la ocupación de Malvinas y la guerra contra Inglaterra, sino con haber mantenido el “combate una vez conocida la magnitud de la reacción inglesa, a las fuerzas propias en inferioridad de condiciones”, categórica resolución jurídica (y política) que pulveriza los aforismos predilectos del elenco estable de papanatas que suelen atribuirle a la legítima recuperación de las Islas Malvinas propósitos tan sórdidos como ficcionarios.

Tampoco es cierto el rutinario embuste que nos dice que los soldados argentinos fueron un vacilante tropel de “chicos asustados”, puesto que, a pesar de las notables desigualdades tecnológicas, éstos pelearon palmo a palmo contra una de las potencias militares más importantes del mundo, hecho que fuera reconocido por los mismos militares y personalidades norteamericanas e inglesas, empezando por la mismísima Primer Ministro Margaret Thatcher, quien cuenta que varios años después de la guerra “un general ruso me dijo que los soviéticos habían estado absolutamente convencidos de que no lucharíamos por las Malvinas, y que de hacerlo, perderíamos”, episodio que obviamente no se dio, pero que no era impensado, puesto que al decir de la propia Thatcher “Sin los Harriers, con su gran capacidad de maniobra, piloteados con enorme destreza y valor, y empleando la última versión del misil Sidewinder aire-aire proporcionado por Caspar Weinberger, no hubiéramos podido recuperar las Malvinas”[5].


Asimismo, en momentos decisivos, el día 13 de junio de 1982 (un día antes de la rendición de las tropas argentinas), el Almirante británico Sandy Woodward (Comandante de la Fuerza de Tareas Expedicionaria Británica) elevó un dramático informe al Comando de las Fuerzas de Tierra, en el cual, tras relatar las profusas averías y el desmantelamiento que estaban padeciendo las tropas británicas concluyó: “Francamente, si los argentinos pudieran sólo respirar sobre nosotros, ¡nos caeríamos! Tal vez ellos están igual. Solo cabe esperar que así sea, de otra manera estamos listos para la carnicería”. Lo cierto es que oficialmente (y sin contabilizar las bajas padecidas por las tropas de apoyo de los “Gurkas” y las escocesas) Inglaterra declaró que “en los 45 días de guerra, proporcionalmente, perdió más hombres que en la Segunda Guerra Mundial: 255 muertos y 777 heridos”, dato al que cabe agregar que en Inglaterra se suicidaron más veteranos de Falklands, que los veteranos de Malvinas y que de los 616 muertos argentinos, casi la mitad lo fueron a causa del hundimiento del Crucero Gral. Belgrano [6] (fuera de la zona de exclusión).

Una vez más, una fecha que debería invitarnos a la sana reflexión y al merecido reconocimiento de héroes y patriotas, el relato oficial del kirchnerismo (convalidado por el resto de los mercaderes de la partidocracia) manosea una noble causa para tapar noticias incómodas a la vez que distorsiona y disfraza, por milésima vez, nuestro pasado reciente mancillando la memoria de nuestros prohombres y enalteciendo la de los rufianes, que para desdicha nuestra siempre abundaron.

[1] Crítica a las Ideas Polítcas Argentinas, Ed. Sudamericana, Juan José Sebreli, pág. 336

[2] Malvinas Diario del Regreso (Iluminados por el fuego) De Edgardo Esteban – Sudamericana, pág. 85 y 86

[3] Revista Primera Linea, año 1, N 3, Rosario, viernes 12 de junio 1987

[4] Malvinas, Como, Por qué? Dr. Alberto de Vita.

[5] Los Años de Downing Street – Margareth Tatcher

[6] Reflexiones Sobre Malvinas – Revista Cabildo – marzo 2003 -Delicia Diachino