miércoles, 18 de abril de 2012

La Cheka, el brazo armado de la Revolución




Fernando Díaz Villanueva

La madrugada del 11 al 12 de abril de 1918 fue una noche de cuchillos largos en Moscú. Mil agentes de una desconocida agencia estatal irrumpieron en los domicilios de quinientos ciudadanos sospechosos de militar en organizaciones anarquistas. Se trataba de una agencia recién creada a la que llamaban Cheka y que dependía directamente del camarada Lenin.
La redada se saldó con la detención de todos los sospechosos y la ejecución sumaria de un pequeño grupo en las dependencias que la organización acababa de estrenar en la plaza Lubianka, junto al Kremlin.

La Cheka era el tipo de organismo represor que Lenin venía buscando desde su ascenso al poder, unos meses antes. Las soflamas de liberación se habían apagado tan pronto como los bolcheviques se adueñaron del poder. Lejos de colmar las aspiraciones de los trabajadores rusos, la revolución encarnada en Lenin estaba tornándose muy impopular. Los comunistas ya no eran vistos como libertadores, sino como bestias vengativas y sedientas de sangre que robaban al proletario para después entregar el botín al Partido.
La creciente desafección popular hacía temer lo peor a la camada bolchevique. Pero Lenin no tenía la menor intención de desalojar el poder, que tanto tiempo y esfuerzo le había llevado conquistar. Por ello, encargó a uno de sus lugartenientes, el aristócrata polaco Felix Dzerzhinski (Feliks Edmúndovich Dzerzhinsky), que formase una milicia dedicada a vigilar de cerca y reprimir los conatos de disidencia que fuesen apareciendo, mientras el Partido afianzaba sus posiciones.


Dzerzhinski creó una estructura "ligera, flexible, inmediatamente disponible, sin un juridicismo puntilloso, sin restricción para tratar, para golpear a los enemigos con el brazo armado de la dictadura del proletariado". La estructura se escondió tras un nombre tan de aquel momento que nadie sospechó nada raro: Comité Militar Revolucionario de Petrogrado.

El Comité de Petrogrado era algo necesariamente temporal. Dos meses después de establecerse se vio superado por los acontecimientos. Sus setenta integrantes se quedaban cortos para atender los frentes de la contrarrevolución, que cada vez eran más numerosos e incontrolables. En diciembre Lenin llamó de nuevo a Dzerzhinski, esta vez para encomendarle la creación de una comisión especial que luchase "con la mayor energía revolucionaria contra la huelga general de los funcionarios y determinara los métodos para suprimir el sabotaje". "Comisión especial", en ruso, se escribe Chrezvychaynaya Komissiya, es decir, Che-Ka.

Lenin andaba obsesionado con la Revolución Francesa, a la que consideraba precedente y madre nutricia de la rusa. Quería encontrar un "Fouquier-Tinville" que mantuviera en jaque "a toda la canalla revolucionaria", un "sólido jacobino revolucionario" que supiese estar a la altura de una empresa tan ambiciosa como la de demoler hasta los cimientos la contrarrevolución. Ese jacobino iba a ser, por méritos contrastados, el propio Dzerzhinski.
A mediados de diciembre estaba ya todo decidido. La Cheka sería la espada del Partido, y así se hizo ver en el escudo de la organización, formado por una espada dorada de la que sobresalía, en relieve, la estrella de cinco puntas y el emblema de la hoz y el martillo.


Trotsky anunció a los suyos:
"En menos de un mes, el terror va a adquirir formas muy violentas".

La apelación a los jacobinos era continua. El comisario del Pueblo para la Guerra recordó que la pena ya no sería la prisión, sino la guillotina, ese notable invento de la gran Revolución Francesa.
Días después Lenin en persona se dirigió a un sóviet de obreros fabriles para advertirles de que la Revolución se defendería con uñas y dientes: "¡A menos que apliquemos el terror a los especuladores –una bala en la cabeza en el momento– no llegaremos a nada!", les dijo, llevado por el enajenamiento revolucionario que se apoderaba de él durante los mítines. Dzerzhinski, por su parte, iba ultimando los detalles de la nueva agencia, que tendría dos tareas fundamentales: "Suprimir y liquidar todo intento y acto contrarrevolucionario de sabotaje" y "llevar a los saboteadores ante un tribunal revolucionario".

En marzo la Cheka quedó formalmente constituida. Estaba dividida en tres departamentos: información, organización y operación. Al principio sólo se le adjudicaron 400 funcionarios, que pronto, en sólo tres meses, ya serían más de dos mil, a los que había que añadir un contingente de tropas especiales, militares debidamente entrenados en el contraespionaje que dependían directamente de la Gran Casa, apelativo con que los chequistas se referían a la sede de la Lubianka.

Los efectivos de la Cheka aumentaron exponencialmente cuando la guerra civil se recrudeció, en enero de 1919. Esta organización tenía una ventaja fundamental: operaba total y absolutamente al margen de cualquier ley o convención. Los disidentes y los soldados del Ejército Blanco la temían mucho más que al Ejército Rojo. Los chequistas practicaban la tortura sistemáticamente, y mataban a sus víctimas de maneras atroces. Aplicaban el manual completo de tormentos medievales: desollamiento, crucifixión, empalamiento, lapidación, horca... no había especialidad que los agentes de Dzerzhinski ignorasen.

Para atemorizar a la población civil, organizaban espeluznantes ejecuciones públicas. En las provincias del norte solían desnudar a los presos y verter sobre ellos agua, que, a 30 grados bajo cero, se congelaba rápidamente y convertían a aquellos en estatuas de hielo. En ocasiones colocaban un tubo en la boca de los reos y deslizaban una rata sobre él para que ésta, azuzada por un tizón que el verdugo ponía en el otro extremo, les desgarrase la garganta.

El fusilamiento era quizá el más benévolo de los veredictos. Nadie estaba a salvo. Cualquiera mayor de ocho años era condenable al paredón. Las ejecuciones tenían que ser masivas y públicas, para infundir un temor cuasi religioso entre los aldeanos. En aquella guerra sin cuartel iba a ser el miedo a una represalia siempre inhumana el mejor aliado de los bolcheviques. La prensa del régimen se hacía eco de las proezas de la Cheka, que ponían los pelos de punta a cualquiera.
A cualquiera menos al camarada Lenin, decidido a hacer de su invento la columna vertebral de la nueva Rusia socialista. En enero de 1920, coincidiendo con algunas de las matanzas más pavorosas, se reunió con un sóviet de líderes sindicales y les dijo con vehemencia:
No debemos dudar si fusilamos a miles de personas, y no dudaremos, y salvaremos el país.

Los excesos de la Cheka traspasaron las herméticas fronteras rusas y llegaron a Occidente. Pero la Revolución Bolchevique tenía aún crédito ilimitado, nadie movió un dedo para denunciar la degollina sin cuento que estaba teniendo lugar en una Rusia devastada por la guerra civil. Dzerzhinski había cumplido. En 1922 la guerra terminó, y con ella cualquier atisbo de disconformidad con los nuevos zares del Imperio, que ese mismo año pasó a llamarse Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas.
Había llegado la hora de convertir la comisión especial en algo más orgánico y propio de la realidad posrevolucionaria. De la Cheka nació la OGPU, siglas en ruso de Directorio Político Unificado del Estado. La palabra –Cheka– y la profesión –chequista– se resistieron a morir. Los rusos siguieron conociendo a la temida policía política como la Cheka, y hasta exportaron la idea (y el miedo) al extranjero; por ejemplo, a la España republicana, donde el modelo soviético de policía política se aplicó con rectitud aterradora durante la guerra civil.

Se desconoce cuántas víctimas ocasionó la Cheka original en sus cuatro años escasos de vida, pero las estimaciones más moderadas calculan que unas 200.000.
Dzerzhinski nunca hubiera podido imaginar que su macabro invento pudiese llegar tan lejos y convertirse en un instrumento tan eficazmente mortífero. Murió pocos años después, de un infarto, mientras pronunciaba un discurso. La URSS le supo agradecer los servicios prestados erigiéndole una monumental estatua de 15 toneladas esculpida en hierro en la Lubianka, delante de su verdadero hogar, la Gran Casa.

Libertad Digital
18.04.2012

1 comentario:

  1. Se ha producido un trasvasamiento a estas tierras (Argentina), con los mismos métodos, sólo que acá en vez de usar la Cheka, usan a los delincuentes comunes, a los delincuentes especiales y a los delincuentes de guantes blancos para eliminar los contrarios. Es como si se hubieran "atorranteados" los métodos, en una disminución cruel e inferior de elementos que emplea el gobierno.

    Rosalía

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