lunes, 11 de abril de 2011
24-M: fiesta anual de la izquierda fascista
Divulgamos un artículo que consideramos original por su enfoque y brillante por su forma, en el panorama de la prensa argentina. Lo es tanto por la claridad con la que su autor explica la responsabilidad de los medios de comunicación a la hora de escribir "el relato fascista del poder", como por su actualidad en el panorama político de la Argentina gobernada por el régimen gramsciano-montonero Kirchner.
Consideramos que el suceso que inspiró el artículo (los escupitajos a periodistas acusados de “colaborar con la dictadura del Proceso”, durante la Jornada de Odio del pasado 24 de marzo organizada por la fascista izquierda argentina empeñada en reemplazar la historia de los '70 por una surrealista "construcción de la memoria"), lejos de ser una inocente y divertida performance infantil posibilitada por la complicidad de papás y mamás descerebrados, fue una acción de la militancia K; funcional a la estrategia marxista destinada a destruir a la República capitalista y burguesa mediante pedagogías de odio y radicalizaciones del enfrentamiento social. Es decir, a ir haciendo realidad, paso a paso y en un paciente y largo trabajo de adoctrinamiento ideológico, la propuesta gramsciana de conformar un "Bloque social hegemónico cohesionado por valores ideológicos y culturales de raíz marxista", mediante el control de los dos principales instrumentos formadores de la opinión pública: la Enseñanza y los Medios de Comunicación.
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Por un periodismo no fascista
Tomás Abraham
No es cuestión de hacerse los finos y disfrazarnos de epistemólogos. Dos mil quinientos años de filosofía no han podido lograr un consenso sobre qué es la objetividad. Lo que sucede con el periodismo en nuestro país no es parte de esta eterna discusión sobre neutralidad, subjetividad o imparcialidad. Se trata de fascismo. No hay que olvidarse de esta palabra. Hay un capitalismo fascista.
Cuando se elabora el relato fascista del poder, se junta dinero para hacer propaganda mediante un pelotón de mercenarios al servicio de los jerarcas. Frente a ellos no se persignan pegados a un paredón un coro de vírgenes desnudas. Los medios masivos de comunicación no son angelicales: tienen sexo. Constituyen un fenómeno político. Se lo llamaba cuarto o quinto poder. Pero, hace mucho tiempo, una casta de ciudadanos entre el Pireo y Atenas inventó la democracia. Reforzaron la idea en 1668, 1776, 1789 y la extremaron con pobres resultados en 1917.
La idea del inicio no ha variado. Las democracias existen para proteger a la ciudadanía de la arbitrariedad de los poderosos. Los que mandan son los que tienen armas y dinero. Con estos recursos pretenden hacerse dueños de las palabras. Si el mecanismo de defensa de las libertades depende de una burocracia política que distribuye armas y dinero para un bando que la favorece, se desencadena la guerra civil. La erosión suicida no siempre es un fuego fatuo. Puede ser larvada, constituir un murmullo que se agita o se calma de acuerdo con cada ocasión, una provocación para beneficiarse con la furia descontrolada de un adversario enloquecido, una estrategia a mediano plazo para monopolizar la información.
Por eso es beneficioso que, frente al poder instalado en los gobiernos que manejan sin controles la hacienda pública, como sucede en nuestro país, existan polos empresariales poderosos propietarios de los medios. Es un equilibrio necesario ante los ilegalismos impunes que custodian la manipulación informativa desde el Estado. Mejor varios Leviatanes que uno solo. Mientras los gigantes se miran y miden, los pequeños se infiltran y logran hacer lo suyo.
Un Estado democrático es aquel que, frente a una realidad en la que el dinero manda, pone en funcionamiento la ley que hace porosa la estructura de poder de la sociedad. Fomenta la dispersión de las fuerzas de opinión y posibilita la multiplicación de las fuentes emisoras que dan cuenta de la realidad. Hasta el momento, la Web es un medio extraestatal democratizador que ahorra trabajo político vertical, diagramación piramidal y gestión ecualizadora. El fascismo se define por la superposición entre información y propaganda. Se basa en el sofisma de que sólo hay propaganda. Que todo es poder. Que nada hay que no sea poder. De este modo el espacio de la información está marcado por una serie de bunkers ocupados por trincheristas que disparan sus avisos y consignas al éter publicitario. Se hacen llamar militantes u operadores. Son soldados de una causa. Frutos natos de la obediencia debida.
La sociedad se convierte en un auditorio ampliado que se divide en sectas a las órdenes de un gran hermano adorado y protector. Los periodistas adulan a su clientela, a sus ramones y rosas, y éstos los obsequian con sus ofrendas de amor. Esto no es un invento del kirchnerismo y viene de lejos. Lo que hace este gobierno es participar de la fiesta mercenaria y ser uno de sus principales protagonistas. La concentración es un fenómeno mundial como lo es la fusión financiera de medios con otras ramas del mercado de bienes y servicios.
No es en este aspecto que reside la diferencia con otros países. Lo que marca el rasgo distintivo que caracteriza el comportamiento de una colectividad es el promedio educativo de una población y los valores que comparte. El periodismo es una de las ramas de los aparatos educacionales de una sociedad. Es un órgano de producción cultural. Si la sociedad posee instituciones sólidas y variadas de producción de conocimientos y difusión de obras de valor del pasado y del presente, si la investigación de nuevos problemas y el impulso al desarrollo de fuerzas productivas que necesitan de la ciencia y de la tecnología promueven la diseminación de los espacios de creación, discusión y fundamentación de cada uno de los aportes cognitivos, entonces no hay gigante que se coma toda la realidad y la devuelva maquillada. La sociedad se vuelve exigente y no acepta cosas truchas. Es una cuestión de nivel educativo.
Al periodismo no fascista se lo descalifica como liberal. En nuestro país un liberal es un gorila o un oligarca. En otros lugares y otros tiempos, los liberales eran los disidentes que se jugaron la vida para que no hubiera más inquisidores. Así que no tenemos palabras afirmativas para el periodismo no fascista, aquel que aún considera que el análisis de la actualidad sigue siendo una tarea intelectual. Toda tarea intelectual requiere como condición sine qua non multiplicar las fuentes de información. Es polifónica. Compara, puede tomar posición respecto de cada tema, pero lo hace al tiempo que ofrece un abanico explícito de alternativas que dispone en estado polémico. Si su ambición es mucha, hasta puede crear un espacio de pensamiento.
En un reciente documental, Public Speaking, de Martin Scorsese, sobre la escritora norteamericana Fran Leibovitz, ella decía que el mundo de la información estaba apagado. Sostiene que a nadie le interesan las noticias. Todos quieren opiniones. No hay más noticias, hechos, acontecimientos. La opinología que tantos desprecian se ha convertido en la máxima aspiración comunicacional. Se ha perdido el arte de la construcción de la noticia. La demagogia, la moralina y el culebrón no han dejado restos.
Al parecer, a nadie se le ocurre que el periodismo es una de las ramas de la historia y que el periodista contribuye a pensar la historia del presente.
Cuando una sociedad se constituye en un foro de propagandistas se embrutece. Se vuelve imbécil. Escupe afiches. No piensa más. Elige muñecos y los quema. Se regodea en su fanatismo. Acusa a quien sea, de acuerdo a la receta que le entregan los mayordomos del Jefe o Jefa del Castillo. No tiene otro ideal que la servidumbre voluntaria.
http://www.perfil.com/contenidos/2011/04/03/noticia_0003.html
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Como Epílogo de nuestra introducción, no podemos resistirnos a señalar la inquietante analogía que la sesión de escupitajos bajo el lema "escupí tu bronca", organizada por una de las innumerables sectas subversivas financiadas por el gobierno montonero Kirchner, guarda con los terroríficos "Dos Minutos de Odio" contra el enemigo del pueblo Goldstein. Sesiones de catarsis colectiva estimuladora de pulsiones homicidas, que los proletarios esclavos de la "República Socialista de Inglaterra gobernada por el partido-único dirigido por el secretario general Big Brother" estaban obligados a dedicar todos los días para cohesionar políticamente a las masas.
Nos referimos, claro está, a la pequeña gran novela de George Orwell, 1984; que no sólo alegorizó magistralmente la vida cotidiana en la fascista Unión Soviética sino que, por su sorprendente actualidad, ya es un clásico. Muy especialmente, en lo concerniente a la estrategia elaborada por el comunista italiano Antonio Gramsci en los años cuarenta del XX; de la que se alimenta la actual reescritura falsaria de la historia argentina, destinada a conformar una memoria colectiva que omite nada menos que once años de terrorismo marxista contra la población civil y el Estado.
Recomendamos esta imprescindible obra a nuestros lectores; así como su última y difícilmente superable versión cinematográfica: 1984, dirigida por Michael Radford e interpretada por John Hurt, Richard Burton y Suzanna Hamilton
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